“Teatros repletos, giras por el país y aplausos extranjeros no fueron suficientes para que varios boleristas populares chilenos tuvieran en los años cincuenta y sesenta el reconocimiento merecido. Su éxito era prueba viva de un fenómeno, pero de éste casi no quedan registros. Impecables como intérpretes, su repertorio romántico destemplado —con citas a la muerte, la consolación de bar y la desesperanza a la que puede arrastrarnos una pasión— les granjeó el afecto sincero de su audiencia, pero nunca el orgullo de los medios ni la consideración de los especialistas”.